Yo sí, he estado en tres ocasiones en guerra con Dios, guerras devastadoras por cierto y al final logre, más que ganar aceptar una, o sea que el saldo de dichas guerras es: Dos guerras ganadas por Dios y un empate.
Desde la más tierna infancia comenzamos a tener noción sobre la riqueza.
O en su defecto, de la pobreza.
Cuando se crece en un entorno en el cuál la madre ha mimado hasta el último detalle de la habitación de su vástago, es normal acostumbrarse a la abundancia de bienes.
Pero también cabe la posibilidad de nacer en una familia que usa los periódicos viejos para decorar las paredes de los cuartos.
Aparte el hacinamiento familiar, permite comprender que hasta el aire puede llegar a faltar en esa familia.
Nací en una familia, cuya madre se las ingeniaba para procurar que tuviéramos de todo o casi de todo.
Pudiendo haber tenido menores estrecheces económicas, el flagelo del alcoholismo paterno hizo mella en la economía doméstica.
Aún así el pan, la carne, las frutas jamás faltaron en la mesa.
Cabe destacar que a mi padre, además de las cervecitas heladas le gustaba comer bien.
[Tweet «Acepta los dones que tienes…conduce hacia tu propio destino.»]
Sentimientos negativos en la infancia
Lastimosamente, eramos lo que se llama los parientes pobre.
Ya que por parte de padre, sus hermanos y hermanas al no padecer de ningún vicio, eran más acomodados desde el punto de vista económico.
La mayoría de mis primos tenían coches!
En cambio nosotros teníamos que esperar la buena voluntad de los tíos para que nos llevaran a los paseos dominicales.
Los que básicamente consistían en ir al río cercano a la población y gozar de un rato de solaz esparcimiento.
Poco a poco, comencé a odiar esos paseos dominicales.
Por regla general, siempre nos iban a dejar al domicilio (antes que cualquier cosa y ellos seguían en la diversión).
Mis primos a voz en cuello se ponían a gritar: abajo las moscas!.
Mi primera guerra con Dios fue por motivos económicos
Era una forma despectiva de recordarnos que eramos los parientes pobres.
Aun y cuando no había mala fe o premeditación en ello: Era la inocencia infantil!
Aún así mi corazón infantil supuraba sentimientos que jamás deberían embargar el corazón de un niño de escasos nueve años.
De esa forma crecí odiando a Dios por no haber permitido tener mayor abundancia de recursos económicos.
Que haberlos habían!
Pero se iban en sufragar la enfermedad de mi padre.
Así se engendro la primera guerra con Dios, hasta que al llegar a los 20 años capitulé y acepte que jamás iba a ser millonario.
Malestar por el aspecto físico
Eso no implico que mis guerras con Dios habían acabado, ni mucho menos.
Ya en el horizonte se gestaba una nueva y más dolorosa guerra!
De los 20 a los 40, cada vez que me veía en el espejo le reclamaba a Dios por no haber tenido un poco más de generosidad en cuanto a mi aspecto físico.
Ya que sus designios sobre mi situación económica eran los de ser pobre, al menos hubiera tenido la decencia de haberme dotado con un físico tal que las mujeres se arrodillaran a mi paso.
Vamos una especie de Brad, Clooney y Chris Hemsworth.
Pero no, al tiempo que decidió que debía ser pobre, también decidió que debía ser tan feo como un dolor de muelas a las dos de la madrugada.
Esta frase la leí hace tiempo y he aguardado con paciencia la oportunidad de poder usarla.
Así, llegue a los 40 años, frustrado por ser pobre y feo.
Descubriendo mis dones
Pero para mi sorpresa, había una bendición de Dios hacía mi persona, lamentablemente y por estar renegando de mi pobreza y fealdad, no me percate de ello.
Estoy seguro que si en su momento me hubiera dado cuenta, hubiera comprendido que era una bendición.
Bendición que se podía equiparar tanto a los millones de Amancio, de Slim y de Buffet como al atractivo de Pitt y de George.
Pero fui ciego y tarde 40 años de mi vida en comprender que había recibido un don sumamente valioso.
A todo esto, no he mencionado el regalo (entre los muchos que me ha dado) de Dios hacía mi persona.
Es bastante difícil explicarlo.
Básicamente, tengo una extraordinaria facilidad para relacionarme con la gente.
Y esa fue la guerra que pude aceptar.
Si en un momento determinado de mi vida, me hubiera dado cuenta de ello, estoy seguro de que aún y cuando las mujeres no se hubieran arrodillado a mi paso, en cambio si hubieran caminado orgullosas de ir colgadas de mi brazo.
Al tiempo que los hombres se apartaban y me miraban con envidia manifiesta, otro tanto se puede decir de los millones de Ortega, Carlos y Warren.
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Últimas palabras en torno a los motivos por los cuales entre en guerra con Dios
Tarde 40 años en sacar una conclusión positiva.
Espero que a ti no te ocurra lo mismo y aprendas a valorar lo que tienes.
Desde el simple hecho de tener agua caliente para ducharte, zapatos para calzarte y un entorno que te aprecie por lo que eres, no por lo que tienes.
Claro esta que la salud es uno de los dones más preciados.
Puedes pasar toda tu vida en guerra, maldiciéndo por no haber tenido lo que te hubiera gustado tener o puedes tomar un tiempo para reflexionar y descubrir lo que tienes y sacarle el máximo provecho.
Veras que te recompensan las carencias que piensas tener.
Solo en tus manos esta coger las riendas de tu vida y darles la ruta que estimes más conveniente.
Así que desde ahora te invito a que hagas un esfuerzo por luchar contra el consumo desmedido que nos imponen en los distintos medios de comunicación con su bombardeo diario y nos impiden disfrutar de lo que tenemos.
COMPARTE en tus redes sociales, nunca se sabe!
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Y tú ¿Has estado en guerra con Dios?